Nos diseminamos por los jardines, todavía con luz natural, pero hasta pasadas las nueve de la noche no encendieron el alumbrado eléctrico para poder pintar las sombras de la noche.
Se animó bastante gente, con alguna incorporación nueva, más de 20, entre pintores y acompañantes.
Después de la pintura, a partir de las 11 de la noche, retornamos al Iruña y degustamos un rico pintxo moruno, bien regado con vino o cerveza, comentando las incidencias de la pintura nocturna, en la que hay que mover otros registros diferentes a los habituales de la pintura al aire libre.
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